Crisis de sentido
Estoy despierta. Las pesadillas de la noche han sido confusas, algunas viejas conocidas, representadas en nuevas versiones, esta vez, una multitud me acompaña escaleras arriba y abajo. Estamos todos atrapados en el mismo laberinto... sin embargo, es curioso, también ha habido un par de excitantes sueños aéreos, intercalados... sonrío al pensar que todavía hay una parte de mí que quiere ser libre y feliz, "!No te rindas!"... espero que me escuche ahí dentro.
Abro los oídos. Llueve ahí fuera, y el aire está helado fuera de la cama. Muevo un pie y las sábanas me refrescan las ideas, almidonadas por el frío. ¿Qué hora debe ser? Abro los ojos y la claridad gris del día me despista. Suelo perder la noción del tiempo los días lluviosos. Miro el reloj, son las 11. ¿Es que no puedo dormir al menos 8 horas seguidas? Me revuelvo un par de veces acurrucada en el edredón, para terminar en la posición más cómoda, mirando hacia ése lado de la cama, en el que solía dormir él.
¿Por qué se torció todo? ¿No era tan especial lo que teníamos? Supongo que no... y pensar en ello no va a arreglarlo de todos modos. Todavía puedo dormir un rato más. Luego escucharé música, me prepararé para el trabajo. Son tres horas hasta el descanso, y luego otras tres hasta la salida… Y cuando salga, ya veré. Algo surgirá, y si no, algo haré en casa… algo haré para rellenar mi tiempo mientras.
Mientras. Ésa es la palabra que me saca del letargo. Suena horrible, tiene todas las letras de “mentiras”, pero en otro orden. Me parece una broma gramatical. Y lo es, es una forma sarcástica de hacerme ver que todo lo que hago “mientras” son mentiras que me cuento a mí misma, para no enfrentarme al verdadero significado de esta situación. ¿Mientras que? ¿A qué estoy esperando? Y lo que es más inquietante, ¿qué puedo hacer para contribuir al advenimiento de tan maravilloso cambio en mi vida, si no sé lo que es? Desde luego, la sensación de que algo va a pasar, algo tiene que pasar, es ominosa. La tensión crece por momentos y estoy esperando escuchar un gran crack que no llega. Todo el mundo parece sentirse igual.
Algo anda mal, en todas partes. En nuestro interior, algo nos dice que hemos llegado a un callejón sin salida. Demasiados errores cometidos, una y otra vez. Muy poca conciencia, poca visión de futuro, poca madurez, y aquí nos encontramos, nuestras elecciones nos han puesto aquí y ahora nos damos cuenta de que en algún momento nos equivocamos de camino. Intentamos desandar el sendero, para ver dónde tomamos el giro equivocado, pero todo parece inútil. La única solución viable es volver a empezar otra vez, un camino nuevo, esta vez con perspectiva, con conciencia, mirando hacia el crecimiento y evitando la destrucción. Caer hasta el fondo del abismo para resurgir renacido como el ave Fénix.
Podemos llamarlo una “crisis de sentido”, es lo que nos pasa cuando somos infelices hasta tal punto que empezamos a plantearnos si no seremos nosotros los que estamos tomando la posición equivocada, y cuando tu forma de entender y pasar por la vida se cuestiona, cuando tienes que deshacerte de los viejos y familiares hábitos para atreverte a hacerlo de otra forma, cuando tienes que reinventarte y probar una forma nueva de vivir, joder, te cagas de miedo. “Más vale malo conocido que nuevo por conocer”, reza el refranero, animándonos a quedarnos paralizados en la desidia, esperando que el nuevo día traiga una sorpresa a nuestro soso devenir rutinario. Pero siempre llega el punto en que no podemos más. El crack suena, y quizás nuestras preocupaciones cotidianas nos impidan escucharlo, pero nuestro espíritu se ha roto y, asustados de mirarlo y ver cuán destrozado podríamos hallarlo, preferimos culpar a los demás de nuestro sordo lamento interior. Sin embargo a veces el crack es tan fuerte que puedes oírlo. A veces si te haces sensible, puedes incluso escuchar el eco del crack de otros corazones. Resuena en la amargura de sus voces, se dibuja en la pendiente de sus cejas, en la caída de sus comisuras… Es difícil encontrar una cara feliz en la calle, ¿solo los niños recuerdan el placer de devolver una sonrisa…?
Últimamente me he hecho consciente de que todo pertenece a algo mayor, conformándolo, al igual que las partículas forman los átomos y éstos las moléculas que forman las células, que a su vez forman nuestros cuerpos. De la misma forma nuestros cuerpos, nuestras entidades que a simple vista nos parecen tan independientes, forman un cuerpo mayor, del que todos formamos parte, y ese cuerpo es la humanidad, como especie. El ser humano, como evento cósmico. Me gusta pensar en ello como un ser inteligente que vive millones de años después de la desaparición de nuestra especie, y nos estudia como parte de la Historia del cosmos. Bonita asignatura ésa, seguramente. Sería algo así: “El ser humano se desarrolló bla bla bla… las primeras pruebas de procesamiento ideático… pinturas rupestres… la aparición de la escritura… la revolución industrial…”. Los seres humanos atravesamos varias etapas en nuestro desarrollo, y el ser humano, como colectivo del que todos formamos parte, las atraviesa también. Nacimos, experimentamos, aprendimos a hablar, a comer, a cazar, a formar familias, a pelearnos… empezamos a desarrollarnos increíblemente usando todo lo que la tierra nos proveía a nuestro antojo, de forma egoísta, imponiendo una economía esclavista que tiene resonancias de feudalismo… y de repente nos damos cuenta de que lo estamos haciendo mal, nos sentimos mal en nuestro interior, no somos felices y nadie nos quiere porque lo hemos destrozado todo. Nos hacemos daño a nosotros mismos acusándonos de todo lo que hemos hecho mal, intentando arreglarlo, sin encontrar el modo. La única opción viable es hacerlo todo diferente, de nuevo, pero da miedo perder lo que tenemos, aunque sepamos que funciona mal.
El ser humano está atravesando una crisis de sentido, una crisis de identidad, y por ello todos nosotros, que somos parte de ese todo que nos engloba como especie, estamos sintiendo ahora mismo nuestras heridas más abiertas que nunca. Cada uno de nosotros, con su propia crisis de sentido, está contribuyendo al malestar general. Las buenas noticias son que este malestar es un paso necesario para superar el miedo, para atrevernos a cambiar para mejor. Pero la verdad es que somos unos cagones y hace falta estar realmente mal para darse cuenta de que cualquier cambio sería para mejor. Algunas personas están dispuestas a cambiar, otras no. Para nuestra existencia como ser colectivo, este ser humano en crisis, nosotros somos como neuronas. Cada una aporta un voto y las decisiones se toman de manera democrática, lo veamos o no. Cada día, con cada elección que tomamos, o que no tomamos, estamos dando nuestra opinión al ser humano sobre nuestra posición en esta crisis de sentido. ¿Nos quedamos con los viejos y disfuncionales patrones o nos atrevemos a cambiarlo todo? ¿Nos inventamos una nueva forma de vivir y ser felices o seguimos esperando, mientras, a que nos consuma la desidia?
Os guste o no hermanos, compartimos un destino. No me gustaría que la asignatura de Historia del Cosmos terminase su descripción del ser humano diciendo que nos consumimos en nuestra propia ineptitud. Quiero imaginar que termina diciendo: "... después de esta depresión, el ser humano encontró el equilibrio y aprendió a vivir en armonía”. Feliz navidad pensadores, estoy deseando sentir esa ola de nuevos propósitos para el 2011. Sabéis que os quiero, ¿verdad?